La adolescencia es la edad más conflictivas del desarrollo del menor. Es la época en la que se toma conciencia de quién es él como persona. Se trata de abandonar su imagen de niño para empezar a construir una nueva imagen como adulto.

Uno de los aspectos más conflictivos en esta etapa es el distanciamiento que se produce con respecto a sus padres. Mientras estén presentes sus progenitores no podrán considerarse a sí mismos como adultos y en estos momentos de distanciamiento familiar, es cuando lógicamente los amigos toman una posición privilegiada en sus vidas. De hecho, la solidez y amplitud de esta red social que crea el alumno en estos años, será uno de los factores más importantes de inmunización frente a posibles alteraciones emocionales o, desde otra perspectiva, probablemente el principal facilitador del ajuste o adaptación personal del menor.

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Aunque cada adolescente encuentra sus propios conflictos y dificultades, es de suma importancia la consideración de ciertos principios básicos en la relación con ellos. En primer lugar, el conflicto con el adolescente debe ser entendido como una oportunidad educativa, no como algo que debamos evitar para eludir la posibilidad de generar mayores problemas. Es éste, el momento para dialogar, para ofrecerles nuestro punto de vista y para ayudarles a tomar decisiones, no para tomarlas por ellos. Cualquier conflicto debe resolverse pactando y no ganando.

Siempre mucho mejor establecer pequeñas normas y objetivos que grandes retos. Se trata de garantizar el éxito en los primeros objetivos propuestos, reforzándolos y elogiándolos para gradualmente ir consiguiendo objetivos mayores. Es muy importante premiar comportamientos positivos como alternativa al castigo de determinadas conductas indeseables. Ésto aún es más importante en el adolescente que, por el momento evolutivo en el que se encuentra, va a ser menos tolerante con el castigo y va a renunciar más fácilmente al diálogo.

La persona responsable de su mal comportamiento es el propio adolescente. Los padres suelen autoinculparse, conduciendo así a lo jóvenes a no asumir responsabilidad alguna sobre sus arriesgadas decisiones. Para que ellos puedan asumir esta responsabilidad, resulta conveniente estimularles a que sean ellos quienes resuelvan sus problemas y aprendan de sus errores. Sin represión, sino todo lo contrario, orientando y respetando al adolescente, éste percibirá la seguridad en los padres, a pesar de que ésta, en ocasiones, pueda brillar en ellos por su ausencia. Así, aunque no sin ciertas dificultades, lograran entender que sus actos serán beneficiosos o por el contrario perjudiciales, sólo para ellos mismos y no para terceras personas, estableciéndose por fin, los cimientos de una personalidad responsable y disciplinada.