A veces, anteponer nuestras necesidades a las de los otros, no sólo es una estrategia válida, sino que las circunstancias pueden convertirla en necesaria. Ya sabemos que los niños son egoístas y egocéntricos por naturaleza, requieren madurar para ir adquiriendo capacidades como el autocontrol y poder soportar la terrible idea de no tener todo lo que quieren y en el preciso momento en el que lo quieren. También es necesario un determinado nivel de maduración para afianzar la capacidad de entender las necesidades de los otros, poniéndose en su lugar y sintiendo lo que sienten los demás. Será esta la base del comportamiento altruista, de la generosidad y de la habilidad para compartir con los otros, ayudándoles a satisfacer sus necesidades.
Crecemos pensando que el egoísmo es algo malo y hablamos de él peyorativamente. De hecho, la Real Academia Española lo define en su vigésima segunda edición como un inmoderado y excesivo amor a sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del de los demás. Sin embargo, cabe aclarar, que entonces, una conducta no puede ser clasificada de egoísta por sí misma si no se han dado una serie de conductas similares que hagan éstas excesivamente frecuentes o desmedidas. Y es que mirar por uno mismo es una estrategia de supervivencia y adaptación al medio en el que vivimos, no es algo malo hacer algo bueno por nosotros mismos. Cómo podría convertirse algo bueno en algo negativo sólo porque defienda nuestros intereses, los intereses de una persona que es tan persona como cualquier otra.
Parece obvio que tenemos que educar en estableciendo unos criterios de prioridades. Los menores deben aprender poco a poco a valerse por sí mismos. Éste es el objetivo superior de la educación, objetivo que se vuelve tremendamente difícil si alguien llega a creer que mirar por sí mismo es algo negativo.
Amar al prójimo tanto como a uno mismo, es una de las frases más acertadas de la historia. Hay que amar al prójimo intensamente, pero no con mayor intensidad de la que puede quererse uno mismo. Una persona que se quiere a sí mismo y que sabe defender lo que piensa y lo que quiere, es una persona asertiva, con habilidades para evitar comportamientos agresivos o frustraciones derivadas de la pasividad. Por el contrario, una persona que no sabe defender sus intereses será una persona triste, introvertida con problemas para las relaciones sociales y con altos niveles de ansiedad y tensión.
Por último, tratemos de no ser extremistas y consideremos que esa sana defensa de los intereses propios es precisamente la que debe permitirnos estar en disposición de ser solidarios y apoyar a los demás.