Efecto Pygmalion
La obra de teatro publicada en 1916 por George Bernad Shaw a la que tituló “Pygmalion” refleja claramente el impacto que puede ejercer una educación o instrucción bien programada y desarrollada sobre cualquiera que la reciba. Esta obra, muy clásica, podría ser una firme candidata a las proyecciones escolares, justificada, claro, dentro de un programa educativo mucho más amplio. La trama de la historia cuenta cómo un rico personaje apuesta con su amigo a que sería posible convertir a una humilde y pobre florista, que sobrevive sin un hogar y sin saber ni leer ni escribir, en una culta y distinguida señorita de la alta sociedad inglesa. En uno de los actos de esta obra, Eliza Doolittle (la florista) dice “para el profesor Higgins yo seré siempre una florista, porque él me trata siempre como una florista; pero yo sé que para usted puedo ser una señora, porque usted siempre me ha tratado y me seguirá tratando como una señora”.
El efecto pygmalion toma su nombre de esta obra de teatro, que a su vez es una adaptación de “La Metamorfosis” de Ovidio, quien cuenta cómo Afrodita concedió al Rey de Chipre, Pygmalion, tras tanto desear y adorar la belleza de una estatua que él mismo había esculpido, darle vida para que pudieran ser felices.
Ambas obras tiene en común, la satisfacción de las expectativas cumplidas, y este es el mensaje que habría de ser conservado por todas aquellas personas que en mayor o menor medida tienen alguna relación con la educación. Depositar nuestras expectativas en que los menores alcancen metas importantes, implica un riesgo, la posible frustración derivada de no conseguirlas, pero es un riesgo que puede ser bien asumido si así aumentamos las posibilidades […]